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¿Que es la Consagración Mariana?
¿QUÉ ES LA CONSAGRACIÓN MARIANA?
Lo que sigue es la visión general de la consagración mariana que presenté en mi libro Consoling the Heart of Jesus. Si ya la has leído, siéntete libre de saltarte esta sección. Pero no pierdes nada si la repasas, ¿verdad? Para entender bien la esencia de la consagración total a Jesús por María, primero necesitamos reflexionar sobre algo importante: Jesús quiere incluirnos a todos en su obra de salvación. En otras palabras, no es que simplemente nos redime y luego espera que nos pongamos cómodos y descansemos. Al contrario, nos pone a trabajar. Quiere que todos trabajemos en la viña de su Padre de una manera u otra. ¿Por qué no chasqueó los dedos y arregló las cosas para que todos entendieran el Evangelio por medio de una revelación privada mística? No sabemos. Pero lo que sí sabemos es que Jesús cuenta con otros para divulgar su Evangelio y que Él encarga a sus discípulos predicarlo a todos (ver Mt. 28:19-20). Básicamente les dice, y nos dice: “¡A trabajar!” Por supuesto, el hecho de que Dios quiere incluirnos en su obra de salvación es un gran regalo y un privilegio glorioso. Verdaderamente no hay ningún trabajo más importante. Aunque todos son llamados a echar una mano en la gran obra de salvación, no todos tienen el mismo papel. Por ejemplo, San Pablo dice: “Hay diversos ministerios…hay diversidad de obras” (1 Cor. 12:5-6). A continuación dice: “En primer lugar están los que Dios hizo apóstoles en la Iglesia; en segundo lugar los profetas; en tercer lugar los maestros; después vienen los milagros, luego el don de curaciones, la asistencia material, la administración en la Iglesia” (v. 28). Quienquiera que seamos, Dios nos ha designado una tarea especial en su gran obra. Entre los diversos papeles asignados por Dios a sus hijos, uno es radicalmente más importante que los demás: el papel de María. Todos sabemos que Dios bendijo en forma única a María al designarla para concebir, dar a luz y criar a Jesucristo, nuestro Salvador. Pero, además, ¿nos damos cuenta de que su trabajo bendito no terminó una vez que Jesús dejó el hogar y comenzó su ministerio público? Aunque María vivió una vida oculta durante esa etapa, Jesús la reincorporó en su obra de salvación en la hora más crítica, la “hora” de su Pasión. En esa hora podemos decir que reveló por entero a María su papel especial – el mismo papel que había comenzado 33 años antes y que todavía sigue desempeñando. Jesús reveló totalmente a María su papel especial poco antes de su muerte. Sucedió cuando la miró junto al apóstol Juan desde la Cruz y dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “Ahí tienes a tu madre” (Jn. 19:26-27). En ese momento, Jesús nos dio uno de sus regalos más grandes: su madre como nuestra Madre. Por supuesto, María no es nuestra madre de sangre. Es nuestra Madre espiritual. En otras palabras, así como hace unos dos mil años su papel fue dar a luz a Cristo, alimentarlo, cuidarlo y ayudarlo a avanzar hacia la madurez, así también desde el momento que dio su primer “sí” a ser la madre de Jesús hasta el fin de los tiempos, el papel de María es dar a luz espiritualmente a los cristianos, alimentándolos y cuidándolos con gracia, y ayudándolos a alcanzar la plena madurez en Cristo. En resumen, el papel de María es ayudarnos a crecer en la santidad. Su misión es transformarnos en santos. “Espera un momento”, alguien dirá. “¿No es el Espíritu Santo quien tiene el papel de convertirnos en santos?” Sí, efectivamente. El Espíritu Santo es el santificador. Durante nuestro bautismo es Él quien actúa de modo que dejemos de ser simples criaturas para ser miembros del Cuerpo de Cristo, y es Él quien nos ayuda en nuestra continua transformación mediante una constante conversión. Muy bien. Entonces, ¿cómo entra María en todo esto? María es la esposa del Espíritu Santo. En la Anunciación, el ángel Gabriel declaró que María concebiría y daría a luz un hijo y que el Espíritu Santo vendría sobre ella (ver Lucas 1:31- 35). En las palabras de María: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho” (Lc. 1:38), podemos ver con total claridad que es la esposa del Espíritu Santo, pues en ese momento dio permiso al Espíritu Santo para concebir a Cristo en su vientre. Por lo tanto, en ese momento, el ya existente e insondablemente profundo vínculo entre María y el Espíritu Santo establecido desde el primer momento de su Inmaculada Concepción, se reveló como una verdadera unión matrimonial (ver Génesis 2:24). Como resultado de esa unión, al Espíritu Santo le complace trabajar y actuar mediante su esposa, María, por la santificación del género humano. Por supuesto, no tenía necesidad de estar tan unido a María. Fue su libre elección (también la del Padre y del Hijo), y se regocija en esa elección. Entonces, la gran tarea divina de María es, en unión con el Espíritu Santo, transformar a los seres humanos en “otros Cristos”, es decir, unir a todos en el Cuerpo de Cristo y prepararlos para que sean miembros maduros de este Cuerpo. 8 Por lo tanto, cada persona es invitada a descansar en el vientre de María y a ser ahí transformada más perfectamente, por el poder del Espíritu Santo, en imagen de Cristo. Así es, si queremos ser transformados más plenamente en Cristo, necesitamos pertenecer más plenamente a María. Al acercarnos a ella y permanecer con ella, le permitimos cumplir su misión en nosotros. Le permitimos transformarnos en otros Cristos, en grandes santos. Pero ¿cómo hacemos esto? ¿Cómo pertenecemos más plenamente a María y cómo le permitimos cumplir su misión en nosotros? Es sencillo. Decimos “sí”, tal como ella. María tiene un gran respeto por la libertad humana. Sabe por su propia experiencia en Nazaret lo que el consentimiento a Dios puede hacer (ver Lc. 1:38), y por tanto no nos obliga a dar nuestro “sí”. Por supuesto que siempre cuida a sus hijos pero no nos fuerza a entrar en una relación más profunda con ella. Claro que nos invita a esa relación y con paciencia espera a que aceptemos, pero al mismo tiempo se mantiene respetuosa. Sin embargo, si pudiéramos percibir la añoranza escondiéndose detrás de su silencio, le diríamos “sí” aunque fuera sólo para darle alivio. De hecho, decirle “sí” le da más que alivio. Le da alegría. Una alegría tremenda. Y cuanto más firme es nuestro “sí” a María, más alegre se pone. Pues nuestro “sí” le da la libertad de realizar su trabajo en nosotros, la libertad de transformarnos en grandes santos. Y con esto llegamos a la esencia de la consagración mariana. La consagración a María básicamente quiere decir darle nuestro permiso (o tanto permiso como sea posible) para realizar su obra maternal en nosotros, la cual es transformarnos en otros Cristos. Por lo tanto, al consagrarnos a María, cada uno de nosotros le está diciendo: María, quiero ser santo(a). Sé que también quieres que yo sea santo(a) y que tu misión divina es transformarme en un(a) santo(a). Así que, María, hoy, en este momento, te doy permiso total para realizar tu obra en mí, junto con tu Esposo, el Espíritu Santo. Tan pronto como María escucha tal decisión, vuela hacia nosotros y se pone a iniciar una obra maestra de gracia en nuestras almas. Continuará esta obra siempre que nuestro “sí” no se convierta en un “no”, siempre que no retiremos nuestro permiso. Dicho eso, siempre es una buena idea esforzarnos por profundizar nuestro “sí” a María. Cuanto más profundo sea nuestro “sí”, más brillan sus obras de gracia en nuestras almas. Uno de los más grandes aspectos de la consagración a María es su dulzura de Madre. Convierte las lecciones de la Cruz en algo dulce, y derrama su amor y consuelo materno sobre cada herida nuestra. Acudir a ella y darle permiso para realizar su obra es realmente “el medio más seguro, más fácil, más corto y el más perfecto camino” a la santidad. ¡Qué alegría es ser consagrado o consagrada a Jesús por María! Ahora estamos listos para comenzar el retiro y aprender más sobre este bendito “secreto” y sobre el hombre que tan poderosamente lo proclama al mundo, San Luis María Grignion de Montfort
Lo que sigue es la visión general de la consagración mariana que presenté en mi libro Consoling the Heart of Jesus. Si ya la has leído, siéntete libre de saltarte esta sección. Pero no pierdes nada si la repasas, ¿verdad? Para entender bien la esencia de la consagración total a Jesús por María, primero necesitamos reflexionar sobre algo importante: Jesús quiere incluirnos a todos en su obra de salvación. En otras palabras, no es que simplemente nos redime y luego espera que nos pongamos cómodos y descansemos. Al contrario, nos pone a trabajar. Quiere que todos trabajemos en la viña de su Padre de una manera u otra. ¿Por qué no chasqueó los dedos y arregló las cosas para que todos entendieran el Evangelio por medio de una revelación privada mística? No sabemos. Pero lo que sí sabemos es que Jesús cuenta con otros para divulgar su Evangelio y que Él encarga a sus discípulos predicarlo a todos (ver Mt. 28:19-20). Básicamente les dice, y nos dice: “¡A trabajar!” Por supuesto, el hecho de que Dios quiere incluirnos en su obra de salvación es un gran regalo y un privilegio glorioso. Verdaderamente no hay ningún trabajo más importante. Aunque todos son llamados a echar una mano en la gran obra de salvación, no todos tienen el mismo papel. Por ejemplo, San Pablo dice: “Hay diversos ministerios…hay diversidad de obras” (1 Cor. 12:5-6). A continuación dice: “En primer lugar están los que Dios hizo apóstoles en la Iglesia; en segundo lugar los profetas; en tercer lugar los maestros; después vienen los milagros, luego el don de curaciones, la asistencia material, la administración en la Iglesia” (v. 28). Quienquiera que seamos, Dios nos ha designado una tarea especial en su gran obra. Entre los diversos papeles asignados por Dios a sus hijos, uno es radicalmente más importante que los demás: el papel de María. Todos sabemos que Dios bendijo en forma única a María al designarla para concebir, dar a luz y criar a Jesucristo, nuestro Salvador. Pero, además, ¿nos damos cuenta de que su trabajo bendito no terminó una vez que Jesús dejó el hogar y comenzó su ministerio público? Aunque María vivió una vida oculta durante esa etapa, Jesús la reincorporó en su obra de salvación en la hora más crítica, la “hora” de su Pasión. En esa hora podemos decir que reveló por entero a María su papel especial – el mismo papel que había comenzado 33 años antes y que todavía sigue desempeñando. Jesús reveló totalmente a María su papel especial poco antes de su muerte. Sucedió cuando la miró junto al apóstol Juan desde la Cruz y dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y “Ahí tienes a tu madre” (Jn. 19:26-27). En ese momento, Jesús nos dio uno de sus regalos más grandes: su madre como nuestra Madre. Por supuesto, María no es nuestra madre de sangre. Es nuestra Madre espiritual. En otras palabras, así como hace unos dos mil años su papel fue dar a luz a Cristo, alimentarlo, cuidarlo y ayudarlo a avanzar hacia la madurez, así también desde el momento que dio su primer “sí” a ser la madre de Jesús hasta el fin de los tiempos, el papel de María es dar a luz espiritualmente a los cristianos, alimentándolos y cuidándolos con gracia, y ayudándolos a alcanzar la plena madurez en Cristo. En resumen, el papel de María es ayudarnos a crecer en la santidad. Su misión es transformarnos en santos. “Espera un momento”, alguien dirá. “¿No es el Espíritu Santo quien tiene el papel de convertirnos en santos?” Sí, efectivamente. El Espíritu Santo es el santificador. Durante nuestro bautismo es Él quien actúa de modo que dejemos de ser simples criaturas para ser miembros del Cuerpo de Cristo, y es Él quien nos ayuda en nuestra continua transformación mediante una constante conversión. Muy bien. Entonces, ¿cómo entra María en todo esto? María es la esposa del Espíritu Santo. En la Anunciación, el ángel Gabriel declaró que María concebiría y daría a luz un hijo y que el Espíritu Santo vendría sobre ella (ver Lucas 1:31- 35). En las palabras de María: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho” (Lc. 1:38), podemos ver con total claridad que es la esposa del Espíritu Santo, pues en ese momento dio permiso al Espíritu Santo para concebir a Cristo en su vientre. Por lo tanto, en ese momento, el ya existente e insondablemente profundo vínculo entre María y el Espíritu Santo establecido desde el primer momento de su Inmaculada Concepción, se reveló como una verdadera unión matrimonial (ver Génesis 2:24). Como resultado de esa unión, al Espíritu Santo le complace trabajar y actuar mediante su esposa, María, por la santificación del género humano. Por supuesto, no tenía necesidad de estar tan unido a María. Fue su libre elección (también la del Padre y del Hijo), y se regocija en esa elección. Entonces, la gran tarea divina de María es, en unión con el Espíritu Santo, transformar a los seres humanos en “otros Cristos”, es decir, unir a todos en el Cuerpo de Cristo y prepararlos para que sean miembros maduros de este Cuerpo. 8 Por lo tanto, cada persona es invitada a descansar en el vientre de María y a ser ahí transformada más perfectamente, por el poder del Espíritu Santo, en imagen de Cristo. Así es, si queremos ser transformados más plenamente en Cristo, necesitamos pertenecer más plenamente a María. Al acercarnos a ella y permanecer con ella, le permitimos cumplir su misión en nosotros. Le permitimos transformarnos en otros Cristos, en grandes santos. Pero ¿cómo hacemos esto? ¿Cómo pertenecemos más plenamente a María y cómo le permitimos cumplir su misión en nosotros? Es sencillo. Decimos “sí”, tal como ella. María tiene un gran respeto por la libertad humana. Sabe por su propia experiencia en Nazaret lo que el consentimiento a Dios puede hacer (ver Lc. 1:38), y por tanto no nos obliga a dar nuestro “sí”. Por supuesto que siempre cuida a sus hijos pero no nos fuerza a entrar en una relación más profunda con ella. Claro que nos invita a esa relación y con paciencia espera a que aceptemos, pero al mismo tiempo se mantiene respetuosa. Sin embargo, si pudiéramos percibir la añoranza escondiéndose detrás de su silencio, le diríamos “sí” aunque fuera sólo para darle alivio. De hecho, decirle “sí” le da más que alivio. Le da alegría. Una alegría tremenda. Y cuanto más firme es nuestro “sí” a María, más alegre se pone. Pues nuestro “sí” le da la libertad de realizar su trabajo en nosotros, la libertad de transformarnos en grandes santos. Y con esto llegamos a la esencia de la consagración mariana. La consagración a María básicamente quiere decir darle nuestro permiso (o tanto permiso como sea posible) para realizar su obra maternal en nosotros, la cual es transformarnos en otros Cristos. Por lo tanto, al consagrarnos a María, cada uno de nosotros le está diciendo: María, quiero ser santo(a). Sé que también quieres que yo sea santo(a) y que tu misión divina es transformarme en un(a) santo(a). Así que, María, hoy, en este momento, te doy permiso total para realizar tu obra en mí, junto con tu Esposo, el Espíritu Santo. Tan pronto como María escucha tal decisión, vuela hacia nosotros y se pone a iniciar una obra maestra de gracia en nuestras almas. Continuará esta obra siempre que nuestro “sí” no se convierta en un “no”, siempre que no retiremos nuestro permiso. Dicho eso, siempre es una buena idea esforzarnos por profundizar nuestro “sí” a María. Cuanto más profundo sea nuestro “sí”, más brillan sus obras de gracia en nuestras almas. Uno de los más grandes aspectos de la consagración a María es su dulzura de Madre. Convierte las lecciones de la Cruz en algo dulce, y derrama su amor y consuelo materno sobre cada herida nuestra. Acudir a ella y darle permiso para realizar su obra es realmente “el medio más seguro, más fácil, más corto y el más perfecto camino” a la santidad. ¡Qué alegría es ser consagrado o consagrada a Jesús por María! Ahora estamos listos para comenzar el retiro y aprender más sobre este bendito “secreto” y sobre el hombre que tan poderosamente lo proclama al mundo, San Luis María Grignion de Montfort